Acudí al Primero de Mayo con la ilusión de mezclarme con una marea obrera diversa y combativa, pero pronto descubrí que el ambiente se parecía más a una asamblea de cuadros sindicales que a una manifestación popular. Busqué sin éxito las siglas de la CGT o del SAT; ni rastro. Incluso quien enarbolaba una bandera republicana lo hacía con una pegatina de la UGT, como si la uniformidad fuese requisito para estar allí. Pase de una manifestación que no me representa y avancé hasta la Plaza de las Monjas mientras constataba que la jornada más emblemática del movimiento obrero languidecía ante la indiferencia de una ciudad que destacó por su lucha por los derechos laborales, de hecho, creo que la muchos trabajadores lo ignoran casi todo sobre legislación laboral, pero la supuesta «ignorancia» histórica no basta para explicar semejante vacío: ni siquiera mi pareja quiso acompañarme.
El panorama se resumía en dos únicas pancartas, ambas de factura pulcra, casi institucional:
- «Cuidar el trabajo, cuidar la vida» (HOAC): un lema amable y catequético que habla de cuidados sin mencionar el salario, de vida sin denunciar la siniestralidad ni los contratos basura.
- «Proteger lo conquistado, ganar futuro» (UGT‑CCOO): slogan autocomplaciente, más propio de un gabinete ministerial que de una línea de piquete. Conserva en lugar de combatir.
Entre ambas consignas no había ni una sola referencia a los falsos autónomos, al trabajo semiesclavo en los campos de frutos rojos, a la explotación en la hostelería o al éxodo juvenil que vacía nuestros barrios.
Esa ausencia de conflicto explícito revela la verdadera grieta: los centros sindicales institucionalizados se han desconectado de la realidad cotidiana de quienes encadenan turnos de doce horas, viven al día bajo la amenaza de la temporalidad perpetua o se dejan la espalda en los invernaderos. Aquí emerge una hipótesis incómoda: a las direcciones sindicales quizá no les interese aumentar la militancia, porque una base más amplia y combativa podría cuestionar su liderazgo y, en última instancia, poner fin a mandatos que algunos llevan demasiados años disfrutando (alimentándose sin pudor de esa teta orgánica). Mientras la afiliación siga contenida y domesticada, los sillones permanecen seguros y las consignas pueden seguir sonando a nota de prensa.
En definitiva, no culpo a las y los trabajadores por su ausencia; cuestiono, más bien, a quienes pretenden representarlos sin nombrar sus problemas. O el sindicalismo se reinventa, o Huelva continuará contemplando un Primero de Mayo cada vez más pequeño, más dócil y, sobre todo, más triste.
