La cartelería oficial de las Fiestas de El Rompido 2025 presenta un ejemplo elocuente de cómo la comunicación institucional puede caer en prácticas que erosionan la salud democrática de una comunidad. El cartel, que anuncia las actividades en honor a la Virgen del Carmen, sitúa en un lugar prominente la imagen del alcalde Manuel Barroso Valdés, convirtiendo lo que debería ser un espacio simbólicamente común en una vitrina de promoción personal.
Este gesto, aparentemente inofensivo, forma parte de una lógica más profunda y peligrosa: el culto al líder, que desplaza el valor institucional de la democracia hacia una personalización del poder.


De la representación simbólica al culto a la personalidad
El culto al líder es una práctica política que personaliza el poder, concentra el mérito de lo colectivo en una figura única y anula la horizontalidad institucional. Se traduce en frases como “gracias al alcalde…” o “esto no sería posible sin…”, desplazando a los verdaderos actores: los vecinos, las asociaciones y la institución pública.
Por el contrario, el culto a la democracia es el compromiso activo con símbolos compartidos, procesos transparentes, y representación institucional impersonal. En lugar de rostros, muestra emblemas. En lugar de nombres, promueve cargos. Y en lugar de apropiación, fomenta participación.
Principio de simpatía: un recurso psicológico que desinforma
El principio de simpatía es uno de los seis principios de influencia identificados por Robert Cialdini (2001). Se basa en el hecho de que las personas son más propensas a aceptar propuestas, ideas o figuras si les resultan agradables o familiares. En política, esto se traduce en:
“Si me ves junto a algo positivo (una fiesta, una obra pública, un acto religioso, partido de futbol, actividades con niños, obras de mejora), me asociarás con esa experiencia positiva.”
Este principio opera a través de mecanismos afectivos automáticos, muchas veces inconscientes, que reducen el pensamiento crítico. En este caso, la cara del alcalde junto a un cartel festivo genera una asociación emocional positiva, desviando la atención de su rol como representante temporal de la ciudadanía, y fijando su imagen como actor central del bienestar colectivo.
Este tipo de recursos confunde lo público con lo partidista, erosionando la percepción de neutralidad del Ayuntamiento.
Institución vs. Persona: una línea que no se debe cruzar
La pedagogía democrática exige enseñar, con el ejemplo, que el poder es transitorio y que las instituciones perduran. Cuando se sustituye el símbolo común (como el escudo) por la imagen del alcalde, se traslada el mensaje implícito de que “todo gira en torno a él”. Esto contradice los principios republicanos de representación, rotación y servicio.
Además, puede interpretarse como una forma de precampaña electoral encubierta, financiada con recursos públicos.
Reivindicar una estética institucional democrática
Una cartelería institucional ética, democrática y pedagógica debería:
- Priorizar símbolos del municipio (escudo, faro, bandera).
- Usar lenguaje inclusivo y representativo.
- Omitir cualquier rastro de protagonismo personal de cargos públicos.
- Comunicar que los servicios y eventos son del pueblo, no del gobernante.
Conclusión final
En una democracia saludable, la ciudadanía no puede limitarse al aplauso pasivo. Los vecinos tienen el derecho (y el deber) de cuestionar el uso de recursos públicos con fines personalistas. Cuando un cartel institucional prioriza la imagen del alcalde sobre los símbolos del municipio, se está vaciando de contenido democrático un espacio que debería representar a todos. Preguntar, exigir explicaciones y reclamar una comunicación institucional neutral es una forma activa de defender lo común.
Del mismo modo, los partidos de la oposición no pueden guardar silencio. Su papel va más allá del control político: deben actuar como pedagogos de lo público, denunciando el uso partidista de la imagen institucional, impulsando normativas que garanticen la neutralidad simbólica, y promoviendo una cultura de respeto institucional. Callar ante estos gestos aparentemente menores es contribuir a la naturalización del culto al líder.
En definitiva, tanto ciudadanía como oposición comparten la responsabilidad de proteger el sentido democrático de los símbolos, recordando que el poder es de todos, no de quien temporalmente lo gestiona. La democracia local se juega en los gestos, en los carteles, y en la valentía de quienes no aceptan que lo colectivo sea convertido en escaparate personal.