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El Silencio de las Flores

Cada mañana, Laura se despertaba con el mismo nudo en el estómago. Las horas transcurrían lentamente, y las tareas que antes le resultaban triviales ahora se habían vuelto inmensamente pesadas. La ansiedad la seguía constantemente, como una sombra que nunca la abandonaba. Pese a todo, había aprendido a ocultar su malestar, incluso ante sí misma. Pero, en su interior, el agotamiento emocional seguía acumulándose. Afortunadamente, siempre había alguien que, sin palabras, la ayudaba a seguir adelante.

Ese alguien siempre estaba presente. Sabía cuándo Laura necesitaba apoyo y se acercaba en silencio, sin presionarla a hablar ni a fingir que todo estaba bien. En los momentos más oscuros, cuando el silencio en la casa se volvía opresivo, esa presencia se hacía más evidente, como si comprendiera su dolor mejor que nadie. En las noches de insomnio, se acurrucaba junto a ella, ofreciéndole un consuelo silencioso y cálido que ayudaba a disipar, al menos un poco, la soledad que la envolvía.

A veces, Laura se sorprendía de cuánto dependía de esa compañía constante. Nunca recibía juicios ni preguntas incómodas, solo un apoyo incondicional. Incluso en los días en que le resultaba casi imposible salir de casa, esa compañía estaba ahí, empujándola suavemente a enfrentarse al mundo. Paseaban juntos por el parque y, aunque Laura se sentía agotada emocionalmente, esa presencia hacía que respirar fuera un poco más fácil, un poco menos abrumador.

Una tarde, mientras caminaba por las calles del pueblo, una vecina la abordó con entusiasmo. «Laura, este año tienes que unirte a la procesión de Nuestra Señora de la Consolación y los Remedios. Es una tradición preciosa, y el ayuntamiento está colaborando para adornar la iglesia y las calles. ¡Será espectacular!»

Laura no sentía una conexión especial con las celebraciones religiosas, pero aceptó por cortesía. Sabía que la procesión era importante para muchos en el pueblo, y aunque no se sentía del todo cómoda, pensó que participar podría ayudarla a sentirse más integrada en la comunidad. Sin embargo, en las semanas previas al evento, comenzó a notar algo que la inquietaba. Las calles del pueblo se llenaban de arreglos florales y decoraciones, mientras que las infraestructuras básicas, como las aceras agrietadas o las farolas rotas, seguían abandonadas.

El día de la procesión, Laura se vistió y se unió a los demás vecinos. A su lado, como siempre, estaba su fiel acompañante, que la seguía con su habitual serenidad. Pero a medida que avanzaba la procesión, Laura se sentía cada vez más incómoda. Las flores, los adornos, la música… todo parecía tan cuidadosamente planeado, tan perfecto en la superficie. Sin embargo, no podía dejar de pensar en el uso de los fondos públicos. Mientras caminaba entre las calles llenas de flores, su mirada se detenía en las farolas sin luz, los bancos rotos y las aceras en mal estado. ¿Por qué se destinaba tanto dinero a una celebración religiosa, cuando las necesidades más básicas del pueblo seguían sin atenderse?

Esa noche, al regresar a casa, la indignación de Laura era palpable. Se sentó frente a su ordenador y comenzó a redactar una denuncia formal dirigida al ayuntamiento. Describió cómo el dinero público se estaba utilizando para costear una procesión religiosa en un estado aconfesional, mientras las infraestructuras del pueblo continuaban en deterioro. Expuso con firmeza que los fondos públicos debían emplearse para mejorar la calidad de vida de todos los vecinos, independientemente de sus creencias religiosas, y no en eventos que solo beneficiaban a una parte de la comunidad.

Mientras escribía, su fiel compañero permanecía a su lado, como siempre, brindándole la tranquilidad que necesitaba para terminar. Al finalizar, Laura sintió una paz inesperada. Sabía que su denuncia causaría revuelo, pero estaba decidida a soportar las críticas con tal de que el dinero público se utilizara de manera justa y equitativa.

Los días siguientes fueron tensos. Algunos vecinos la apoyaban, mientras que otros la acusaban de intentar destruir una tradición profundamente arraigada. Aún así, el ayuntamiento permanecía en silencio, sin ofrecer ninguna respuesta a su denuncia. La falta de reacción por parte de las autoridades solo aumentaba su indignación. ¿Cómo era posible que en un estado aconfesional, donde la neutralidad debía ser la norma, los fondos públicos se utilizaran sin transparencia para un fin que claramente excluía a una parte de la población?

El silencio administrativo era una afrenta para Laura, que sentía que sus preocupaciones eran ignoradas. Sin embargo, ella se mantuvo firme en su convicción. Sabía que no era solo una cuestión de creencias, sino de justicia y responsabilidad con los recursos comunes.

Una tarde, mientras paseaba por las calles renovadas del pueblo, Laura sintió una calma que hacía tiempo no experimentaba. Su fiel acompañante caminaba a su lado, observando el mundo con la tranquilidad que siempre le proporcionaba. En ese momento, mientras lo acariciaba suavemente, comprendió cuánto le había ayudado a sobrellevar esos días difíciles.

Max, su Border Collie de ojos atentos y pelaje negro y blanco, se detuvo un segundo y la miró. Le devolvió la caricia con una mirada llena de comprensión. Sin necesidad de palabras, Max había estado a su lado en los momentos más duros, calmando sus tormentas internas, recordándole que, en la lucha por la justicia y el bienestar, no estaba sola.

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